Juan José García.

Si ahondamos un poco en nuestra memoria, seguro que muchos recordarán aquella minúscula tira cómica del genial Quino, que fue capaz de representar en tan sólo dos viñetas la perplejidad de Mafalda cuando en un ávido ejercicio de curiosidad busca en el diccionario aquella palabra que tantas veces había escuchado; democracia: (del griego, demos, pueblo, y kratos, autoridad. Gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía). El resultado de su lectura, incita, en ella, una desconcertante risotada, que además de hilarante, provoca inquietud y preocupación al lector. Y ello, tan sólo con dos imágenes.

Viñeta de Quino.

Dice el mismo diccionario, que la democracia se basa en un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Este concepto, acuñado hace miles de años, aún se magnifica en la actualidad como norma inherente de una sociedad libre e igualitaria.

Pero; ¿convivimos en una democracia real? En su origen, allá por el siglo VI a.C., la democracia se constituyó como asamblea cuyos integrantes formaban parte del órgano máximo del gobierno de la polis; eso sí, no eran bienvenidos ni las mujeres ni los esclavos, ni los extranjeros. Cabe pensar, si en el año 2018 d.C., en la que las mujeres ya pueden votar después de siglos de insolente machismo e ignorancia; ¿no seguimos siendo todos esclavos y esclavas de aquella fábula del estado de bienestar? Y no digamos de los migrantes. La historia se repite cuando en épocas de crisis, tal y como sucedió en el “glorioso” imperio romano, el pan y circo se traduce hoy, a la basura de trabajo y a la telebasura.

Parafraseando a José Saramago en aquel épico discurso que hizo tambalear las conciencias de muchas aletargadas mentes cuando sentenció: “Y no nos damos cuenta de que la democracia en la que vivimos es una democracia secuestrada, condicionada y amputada”. Sin pábulo, que sirva de reflexión.

Uno de los pocos aspectos positivos de la globalización en la que estamos inmersos, es la fluidez de información que permite eliminar el adoctrinamiento y generar pensamientos libres y críticos que recuperen la genuina democracia. Y en esa persecución nos encontramos la UGT, defendiendo la reconquista de los derechos expoliados a la clase trabajadora en esta triste etapa de la historia en la que parte de la sociedad ha denostado principios y valores tan importantes como el compromiso, la solidaridad, la igualdad, el desarrollo sostenible, o la justicia y la paz.

Estos últimos años, los sindicatos han sufrido una abrumadora campaña de desprestigio, instigada por aquellos gobernantes de nuestros estadistas elegidos democráticamente; no así los primeros: lobbies financieros, especuladores de guante blanco, delincuentes organizados y verdaderos artífices de nuestra actual pseudo-democracia, corta y pega de los dioses del monte Olimpo, jactándose de la debilidad del ser humano. Esos mismos que atosigan al temerario, al valiente, al insurrecto y al pensador crítico por ser peligroso adversario. Ni un ápice de culpa; los sindicatos de clase llevamos con orgullo estos últimos adjetivos. Quizás muchos no sepan, la raíz etimológica de la palabra sindicato, que irónicamente también proviene de la antigua Grecia: “Sindikou”, término que empleaban los griegos para denominar al que defiende a alguien en un juicio: “protector”.

Que sepan nuestros gobernantes (unos y otros), que la democracia es la empresa de nuestra ciudadanía; el pueblo es la patronal y ellos nuestros empleados. Si la cuenta de resultados no es positiva, el consejo de dirección estará obligado a aplicar un ERTE en las urnas; eso sí, democráticamente.

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