DICIEMBRE 2024

Hace una semana conocíamos la sentencia para los violadores de Giselle Pellicot. Se esperaban condenas para todos los acusados, la mayor para su exmarido, que era quien la drogaba para ofrecerla sin ningún miramiento a los violadores, para su uso y disfrute. Pero lo más sangrante es que no se ha podido identificar a 21 hombres en los vídeos de sus violaciones, 21 energúmenos que siguen con sus vidas como si violar a mujeres inconscientes fuera parte de su rutina diaria.

El “caso Pellicot” nos ha demostrado una vez más lo frágil que es el sistema que debería proteger a las mujeres. Nadie dio la voz de alarma y a los hombres que acudían a violarla les pareció lo más normal poder hacer lo que quisieran con una mujer medio muerta. ¿Qué clase de psicópata da carta de naturaleza a algo así? ¿Lo contarían a otros? ¿Y esos otros, porqué no hablaron?

Lo peor es que un caso como este no ha hecho temblar los cimientos del sistema. El país vecino dice que deben renovar y actualizar las leyes. Hablan de poner el consentimiento en el centro de la norma, pero lo que la mayoría de las voces dicen es que Francia ahora tiene otros asuntos, otras prioridades, y que no es el momento para hablar de modificar la legislación que podría de verdad dejar de culpabilizarnos de lo que nos pase. ¿Quién lo dice? ¿Porqué no es el momento?¿Para quién no lo es? No será para las víctimas.

Este es el problema: que las políticas que afectan a las mujeres nunca son prioritarias, nunca se tienen en cuenta. Y así seguimos, padeciendo todo tipo de violencias, físicas, psicológicas, económicas, institucionales… Nos arrastran a la pobreza, abusan de nosotras y nos matan, pero impedirlo no parece ser una prioridad.

Admiramos a Guiselle y admiramos su capacidad para hacer que la vergüenza cambie de bando. Su ejemplo ha dado voz a miles de mujeres y es ya un icono del movimiento feminista.

Pero las mujeres no queremos ser supervivientes, no queremos ser ejemplos, no queremos pasar por experiencias traumáticas por el simple hecho de que alguien de nuestro entorno decida qué puede hacer con nuestros cuerpos. Es cierto que contarlas cosas es un proceso sanador, pero preferiríamos no tener nada que contar.

En nuestro país, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género cumple 20 años este próximo sábado.

Fue una ley pionera en Europa, ya que introdujo, entre otras novedades, los juzgados especializados en violencia sobre la mujer, y una Delegación del Gobierno especial contra la violencia sobre la mujer, creando un sistema integral basado en tres pilares: la prevención, la protección y recuperación de la victima, y la persecución del delito. 

La exposición de motivos de esta ley recoge que se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.​

La Ley fue aprobada por unanimidad en el Congreso de los Diputados, convirtiéndose en la primera y única ley integral contra la violencia de género en Europa, y abarca aspectos preventivos, educativos, sociales, asistenciales, sanitarios y penales, e implica a varios ministerios.

Pero nosotras y nosotros sabemos que las leyes se incumplen, que la falta de recursos también incide en la seguridad de las mujeres y en la formación que necesitamos para crear una sociedad que no tolere la violencia.

Por eso, para los hombres y mujeres de UGT la lucha contra las desigualdades y las violencias machistas es una prioridad.

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