En el umbral del verano, cuando muchos esperan días de asueto y reposo, este período despierta una realidad angustiante para las mujeres que sufren violencia de género. Lo que para otros es una pausa, la convivencia, para ellas se convierte en un calvario. La tranquilidad que experimentan cuando el agresor sale a trabajar desaparece; las horas de coexistencia aumentan, y con ello el riesgo de maltrato. En ocasiones, cerrar la puerta de casa parece abrir la del infierno. ¿Cómo podemos salvaguardar a estas potenciales víctimas? ¿Cómo podemos llegar a ellas y asegurarles que no están solas? ¿Cómo les transmitimos que cada vez más personas estamos dispuestas a escuchar, apoyar y acompañar?

No hace tanto, resultaba impensable que alguien confrontara a un hombre en plena calle por agredir verbal o físicamente a su compañera. Hoy en día, ya no sorprende escuchar noticias en las que se relata que personas del vecindario retuvieron al agresor. Esta es la vía: la concientización social. Por ello, CCOO y UGT continúan con estas concentraciones, que hemos sostenido desde hace años el último martes de cada mes. A través de estas acciones reafirmamos nuestro compromiso de erradicar esta lacra que nos llena de vergüenza y repulsión.

El movimiento feminista ha logrado que se cuente cada asesinato de mujeres. Los feminicidios constituyen la principal causa de muerte para mujeres de entre 15 y 44 años, con la mitad perpetrados por parejas o exparejas. No es la primera vez ni será la última en que enfaticemos (aquí y donde sea necesario) que no son meros números, sino mujeres asesinadas y familias destrozadas.

A las 8 mujeres asesinadas por violencia de género en julio, debemos sumar 5 feminicidios más, elevando el total a 13 en tan solo un mes. Dos de estos asesinatos aún están bajo investigación, ya que no está claro si son casos de violencia de género.

Pero los demás casos son conocidos:

María, una mujer de 48 años de Almería, apuñalada por un acosador con orden de alejamiento, debido a que no era la primera vez que intentaba agredirla.

Katia, de León, asesinada por dos peregrinos del Camino de Santiago a quienes había acogido en su hogar, una práctica habitual. Katia les brindaba refugio a cambio de ayuda en su huerto. Sus asesinos la arrojaron a un pozo después de golpearla.

Mari Carmen, estrangulada tras una discusión por un hombre con quien mantenía una relación esporádica, en Alcalá de Henares.

A menudo, el agresor no comparte la cama con sus víctimas, y para las mujeres, cualquier actividad o situación puede cruzarnos en el camino de un asesino que decide que nuestra vida carece de valor y puede disponer de ella como le plazca.

Basta ya de violencias machistas.

Unamos fuerzas para detener la violencia de género.

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