El 31 de agosto se celebra el día internacional de la solidaridad desde que en el año 2000 la ONU lo instaurara, el mismo año en que se acordaron los ODM (objetivos desarrollo para el milenio) cuya vigencia expiró en 2015, y que han dado paso a los ODS (objetivos desarrollo sostenible) que enmarcan la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible. Son un total de 17 objetivos y 169 metas cuya finalidad última es alcanzar un mundo más pacífico, próspero, igualitario y justo. La SOLIDARIDAD como herramienta frente a las desigualdades y para la universalización de la salud y educación de calidad para todxs, basada en la igualdad de género que permita igualdad de oportunidades en el acceso a un trabajo decente, con el objetivo último de que “nadie se quede atrás”.
La solidaridad como principio y valor supremo del ser humano, como concepto mucho más amplio y noble que la caridad (sin despreciar a quienes decidan ejercer ésta). Se trata de entender la solidaridad a partir del principio básico de la economía, los recursos son finitos y si yo decido utilizar más de la parte alícuota que como ciudadano/a del mundo me corresponde, debo saber que es a costa de la parte de recursos que corresponde a mi congénere. Por eso, la solidaridad tiene mucho de empatía, de colocarse en los zapatos del otro/a.
Supongo que el hecho de pertenecer a una organización como la UGT, que cumple 130 años de historia y que lleva en su ADN la vocación internacionalista, la unión de y con los pueblos, especialmente los que más sufren (Colombia, Nicaragua, Pueblo Saharaui, Siria, Venezuela, etc.) permite entender mejor en qué consiste esto de la solidaridad.
Todo ello, sin caer en el buenismo tan denostado por algunxs (nadie es esencialmente malx o buenx, porque como dice Paulo Coelho, en “El demonio y la Señorita Prym”, el bien y el mal habitan en cada unx de nosotrxs y prevalece cada uno de ellos en cada momento vital), porque la solidaridad bien entendida empieza por unx mismx; queda claro cuando el personal de cabina da las instrucciones para supervivencia, que no podremos socorrer a nadie si no nos colocamos en primer lugar la máscara de oxígeno. Ahora bien, una vez atendidas nuestras necesidades, como seres humanxs, no podemos dejar de atender, cada unx en la medida de sus posibilidades, no hacen falta grandes acciones, ni grandes cifras, las necesidades de nuestrxs congéneres.
Y todo, en un momento de repunte de los sentimientos xenófobos y racistas en una Europa que parece renunciar a sus valores definitorios cuando no atiende el problema de la inmigración. No estaría de más recordar en un día como hoy que según la antropología, la humanidad procede del continente vecino, África. Y que todos los pueblos, en una u otra medida, han sido, son, serán migrantes.
“Si estuviéramos hechos para quedarnos en un solo lugar, tendríamos raíces en vez de pies” Rachel Wolchin