En estos últimos días, hemos sido testigos de múltiples actos celebrados en la Cumbre del clima en Madrid y de los cuales los medios de comunicación se han hecho eco, emitiendo noticias diarias que han de alentar a nuestra sociedad a tomar medidas si queremos preservar nuestro entorno y un modelo de vida saludable y sostenible.
El cambio climático ha pasado de ser una amenaza, a convertirse en una fatal realidad a pesar de que todavía unos pocos hagan caso omiso de este hecho negando incluso todos los informes difundidos por la comunidad científica. Estos últimos incrédulos pertenecerán probablemente a ese 1% de individuos poseedores del 82% de la riqueza global de nuestro mundo.
Esa minúscula minoría que amasa obscenas fortunas creerá que en caso de extrema catástrofe planetaria, siempre dispondrán de una estación espacial de 5 estrellas como refugio vacacional. Es lo que tiene la ambición desmesurada, que suele venir acompañada de egoísmo exacerbado. Si es que obvian al otro 99% de la población mundial (no hablando tan siquiera del resto de los seres vivos de este planeta), al menos podrían acordarse del futuro de los suyos y sus posteriores generaciones.
A esos pocos, habrá que decirles que la realidad es una y que nos afecta a todos y todas; es igual que tu credo sea cristiano o musulmán, que seas de izquierdas o de derechas, empresario o trabajador a sueldo, del Sporting o del Oviedo, asturiano o chileno; es un problema que implica a toda la población mundial; casi nada.
También es verdad que no afecta a todos de igual manera, y una vez más aquellos que peor se encuentran son los más vulnerables para afrontar las consecuencias de un agresivo cambio climático que viene acompañado de catástrofes naturales, sequías, migraciones… en definitiva, de todas aquellas consecuencias que incrementan una desigualdad, desgraciadamente ya instaurada.
El tema es serio y precisa de medidas serias; pero sobre todo de compromiso. Seriedad para adoptar un necesario ejercicio de reflexión individual que nos lleve a cuestionar y dar respuesta a las verdaderas necesidades que se deben implantar en nuestra enorme comunidad que habita un único planeta.
Se trata de una realidad que los sindicatos debemos transformar en oportunidad para el desarrollo ya que somos parte esencial en el necesario proceso de adaptar las industrias y el sistema productivo a una economía hipocarbónica y ecológica que garanticen un trabajo decente y de calidad en un proceso de transición justa.
Hace ya 2 años que UGT acuñó el lema: ¡NO HABRÁ EMPLEO EN UN PLANETA MUERTO! y propuso, entre otras, las siguientes medidas: instaurar un sector eléctrico, seguro, competitivo y descarbonizado, potenciar las energías renovables, invertir en industria limpia que progresivamente vaya reduciendo sus emisiones contaminantes, apostar por la construcción sostenible; desarrollar una movilidad sostenible actuando tanto en la planificación urbanística, como en la gestión de la demanda y el transporte público e invertir en I+D+i.
En el ámbito de la formación, desarrollar títulos y profesiones que se adapten a los nuevos modelos de producción y establecer una cultura empresarial participada por trabajadores para adoptar estrategias formativas en el cambio climático conforme al puesto de trabajo.
En el aspecto laboral, dotar de competencia y concienciación ambiental a los trabajadores, incluir aspectos ambientales en planes de estudio, puestos y escalas de empresa y formalizar puestos de trabajo asociados a labores de rescate, restauración de comunidades y resiliencia en desastres climáticos.
Si nos circunscribimos a nuestra comunidad autónoma, su especificidad es notable al compartir espacios naturales de enorme riqueza con grandes industrias próximas a importantes núcleos urbanos. Esta singularidad nos prepara mejor para afrontar una transición inevitable cuyo objetivo adopte en su vocabulario términos tales como: movilidad sostenible, economía circular, energías renovables o industria limpia.
Llevamos ya un camino andado en este contexto cuando hace unos años se apuntó a la industria asturiana como máxima causante de la contaminación del aire, lo que provocó que se tomaran medidas al respecto. Nuestras fabricas hoy contaminan menos, y ello demuestra que lo que un día pudo suponer una debilidad en el futuro se ha convertido en una oportunidad, siendo nuestras industrias más eficientes, ecológicas y productivas después de haber hecho una gran inversión para reducir sus emisiones contaminantes.
Aquellas empresas que no apuesten en sus planes estratégicos por un capítulo exclusivo en materia medioambiental, probablemente queden fuera del nuevo tablero de juego. Algunos apostamos desde un principio por el equilibrio que ha de conformarse entre procesos industriales y medioambiente, que sea capaz de generar puestos de trabajo de calidad, sin renunciar a nuestro particular paraíso natural.
También hace años, que en la UGT de Asturias hablamos de la contaminación atmosférica en todas sus vertientes, exponiendo no solo el caso de la gran industria, sino también la contaminación provocada por el transporte (desde el parque automovilístico, al transporte aéreo y marítimo); la emisión de GEI de las calderas domésticas, la falta de eficiencia energética en las viviendas y el modelo de consumo de los asturianos y asturianas y hasta donde estamos dispuestos a modificar nuestro estilo de vida sin renunciar al estado de bienestar (https://www.lne.es/opinion/2017/04/16/region-industrial-paraiso-natural/2089725.html).
A pesar de que algunos puedan ver en Asturias un futuro incierto bajo las sombras de la descarbonización exprés, el coste del megavatio, el abandono de las minas y cierre de las térmicas o el éxodo de nuestros mejores cerebros; debemos creer en nuestra capacidad para reinventarnos y valorar nuestras cualidades.
Somos gente emprendedora y buenos trabajadores. Nos lo dicen desde fuera, ¿por qué no nos lo creemos? Disponemos de grandes empresas punteras en su sector y debemos atraer a aquellas que no solo buscan sus asentamientos por criterios de costes laborales; en su lista de prioridades demandan personal cualificado y una buena calidad de vida en el entorno; y de esto último en Asturias tenemos potencial.
Debería haber motivos para ser optimistas, sin cejar en las exigencias que nuestra comunidad necesita para afrontar una transición, que ha de ser, sin lugar a duda, justa, tanto en el contenido como en el tiempo. Para ello, es fundamental que se vertebren las políticas necesarias a través de los dirigentes que realmente crean que están al servicio de la comunidad y trabajando por ella.
Conocemos el problema y tenemos soluciones; sólo hace falta obrar con voluntad.