Agosto 2024

La cultura machista en la que todos y todas nos hemos criado no da valor a la vida de las mujeres. Esa cultura ha creado unos espacios de los que, según algunos y algunas, no deberíamos haber salido; esos espacios donde se nos asignan tareas determinadas al nacer por nuestra biología. Esa cultura sigue invisibilizando la violencia contra las mujeres, y la invisibilizamos tanto que, muchas veces, ni nosotras podemos identificarla y denunciarla.


Lo primero es reconocer ese problema de base: que somos fruto de enseñanzas, culturas y rutinas machistas. Si damos ese paso, iremos modificando conductas y maneras de hacer para acabar de una vez con los estereotipos y los roles de género que perpetúan las desigualdades sobre las que se asientan todas las sociedades actuales. En todas hay machismo. Si queremos avanzar hacia más justicia y más igualdad, no podremos hacerlo pisoteando los derechos y libertades de más de la mitad de la población.

Hace unos días, nos encontramos con la noticia de que el ayuntamiento de un pueblo de la comunidad de Madrid ha suprimido el punto violeta en sus fiestas. Para quienes no sepan de la labor de estos puntos, sirven de amparo y asesoramiento a las mujeres que estén o puedan estar en peligro, ya sea en ese momento o en alguna otra ocasión. También como lugar donde informarse de los recursos existentes para ayudar a mujeres de nuestro entorno que puedan estar padeciendo violencia. Nos dicen qué hacer llegado el caso. Todos y todas deberíamos pasarnos en algún momento por esos puntos por dos motivos: uno, agradecerles su labor y, dos, informarnos de todos los medios disponibles por si nosotras o alguna mujer de nuestro entorno pudiera necesitar hacer uso de alguno de ellos.

Pero, aun siendo lo suficientemente grave eliminar ese punto de consulta y ayuda, la situación va mucho más allá, ya que recomiendan a las mujeres que, si las agreden, griten «¡fuego!». Podría parecer una broma, pero no lo es.

Las mujeres a las que asesinan los criminales machistas no siempre lo son por sus parejas o exparejas, pero sí lo son a manos de hombres con los que tienen una relación cercana o familiar. Por eso hablamos de todos los asesinatos machistas, de esas mujeres asesinadas por un entorno de hombres machistas que no las consideran personas.


A Mari, de 61 años, la asesinó su hermano, un tipo violento del que llegó a tener una orden de alejamiento. Milagros, de 81, murió estrangulada por su hijo. A Puri, de 59, la apuñaló su hijo. Mari Carmen, de 71, fue acuchillada hasta la muerte por su hermano. A Carmen, de 60 años, la mató su hijo de 17.
Son solo algunas, y nombrándolas a ellas queremos recordarlas a todas. Estas mujeres no forman parte de las estadísticas oficiales ni de las cifras de los asesinatos de violencia de género, pero son asesinatos machistas.

Tenemos que denunciar, pero también debemos exigir que se apliquen medidas efectivas de protección para nosotras y para menores en riesgo, sin sesgos de género. Un análisis o enjuiciamiento sin perspectiva de género, sin enfoque interseccional y de derechos, va a traducirse en el uso de prejuicios, falsas creencias y estereotipos de género que van a incidir en las resoluciones judiciales o en las medidas de protección, que pueden costarnos la vida.


Ya está bien de justificar a los asesinos, a los maltratadores y agresores; ya está bien de decir que eran los celos, que la quería mucho, que se volvió loco… ¡Ya basta! No hay defensa posible. No consentimos ni toleramos ningún tipo de violencia contra las mujeres, contra los niños y las niñas en ningún lugar, y allí donde se produzcan estaremos las gentes de CCOO de Asturias y de UGT Asturias para denunciarlo y acompañar a quien lo precise. Ese es nuestro compromiso.

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